Cecilia Amighetti Prieto, hija de Francisco “Paco” Amighetti y Emilia Prieto Tugores, se dedicó al arte como hicieran sus progenitores. Tenía una personalidad radiante y jovial, que acaparaba la atención en las reuniones sociales. Cuando tocaba la guitarra y cantaba las canciones recopiladas por su madre, eran momentos únicos y de gran valor para aquellos que tuvieron el privilegio de escucharla. Fue una mujer crítica, luchadora y solidaria, -como su madre le inculcó- y compartió siempre con las personas que conocía, los valores que ella consideraba importantes, como la paz y la hermandad entre los seres humanos. Hace dos años, su vida se apagó, dejando una gran pérdida tanto para su familia como para sus amigos más íntimos, pero su recuerdo siempre estará en los corazones de los que la conocimos. A continuación, su valoración del legado de la vida y obra de Emilia Prieto Tugores a la Costa Rica del siglo pasado.
¿Cuál fue el aporte que dio Emilia Prieto a la música costarricense?
En la parte folclórica, lo que aportó fue una recopilación de las canciones más destacadas y que más ella pudo oír en sus épocas de juventud. Le despertó una gran inquietud. Le gustaban mucho. Eran una expresión popular autóctona. Una expresión cultural muy costarricense, y en los últimos años de su vida, se interesó mucho por esto. Se enfocó, principalmente, por la recopilación y el estudio de las manifestaciones de las canciones y las tonadas costarricenses de la Meseta Central.
¿Cuando niña ella escuchaba cantar a una mujer campesina?
Sí, era una campesina de Heredia. Mi mamá se iba a una finca, que pertenecía a la familia, al norte de Heredia, en un lugar que se llama Santo Domingo del Roble. Se iba los tres meses de vacaciones y pequeñita acompañaba a Dorila al río, donde la gente lavaba en ese tiempo, llevándose los motetes en una batea. Mamá se iba con ella y la escuchaba cantando, mientras lavaba. Cuando llegaba a la casa —porque mamá tenía una memoria extraordinaria—, repetía todas las canciones que cantaba Dorila. Por cierto, habían unas que eran de adultos y mi abuelo se ponía muy bravo y le daba un par de chilillazos (se ríe). Porque ella, aunque no sabía que estaba haciendo, estaba diciendo unas cosas muy complicadas, porque se trataba, específicamente, de un adulterio. Y mamá lo repetía como lorita, sin saber de qué se trataba realmente. Ese famoso adulterio, es la canción de “Fernando, el Francés”, que ella recopiló y está en el romancero español, desde el siglo XIII. Se canta en España, se canta en México, se canta en los países Latinoamericanos, pero en Costa Rica se canta con una forma muy propia, muy nuestra.
“Rosa de Abril”, por ejemplo, “Échale Betún”, son otras canciones muy importantes del repertorio.
¡Ah sí! ¡Ella recopiló muchísimas canciones! Ella se armó de un aparatito de grabar y se iba en camión a buscar a sus ex compañeras de colegio, para pedirles ayuda para recordar las estrofas de las canciones. Mamá comenzó esta labor como entre los 63 a 64 años en adelante. Y las señoras, ya de edad avanzada, hacían memoria, y entre todas iban armando ese rompecabezas de las canciones antiguas, que tan desdichadamente se han perdido en nuestra Meseta Central, por un proceso terrible de aculturación, del que mamá habla en sus libros y en sus ensayos con gran pesar.
Emilia Prieto fue también pintora y grabadista. ¿Cuáles son los elementos que caracterizan su obra pictórica?
La crítica. Mamá era una persona sumamente crítica en la cuestión de la pintura y el grabado. Con solo oír los títulos de sus obras, se sabía que eran críticas, con un sentido muy libre de la expresión artística. Los grabados, por cierto, en este momento, dos curadoras de arte están recopilando y armando una exposición, que va hacerse en el Museo de Arte Costarricense, en el mes de mayo. Se va llamar “Las Peras del Olmo”, en base a un grabado de ella que se llama “El Olmo que dio Peras”. Como verás, su obra fue muy crítica y revolucionaria, muy fuera del contexto del conformismo costarricense.
“Empleado Público” y “El Badulaque” son otros títulos.
(Se ríe) Sí, son otros títulos. Hay uno que se llama “El Arte por el Arte”, por ejemplo. Eran obras bastante interesantes en su concepto filosófico, porque mamá creía que el arte tenía que provocar en las personas una reacción, una reacción pensante, una reacción filosófica.
Ella estuvo muy influenciada por Cezanne.
¡Sí, sí! Ella nació en 1903 y descubre a principios de siglo, siendo jovencita y estudiando Artes Plásticas, en una academia particular. Porque no había, por supuesto, Escuela de Artes Plásticas, ni se pensaba. Descubrió a Cezanne y descubre todo el movimiento revolucionario europeo de los nuevos pintores. Se impresiona muchísimo. Luego, vendría aquella gran fuerza de los muralistas mexicanos, en los años 30, que la conmueve profundamente. Definitivamente, ella se influencia por toda esa libertad de expresión, que en ese momento es como darle alas a una persona con una enorme imaginación y creatividad. Y ella se suelta en una serie de cosas muy interesantes, que yo creo que toda la gente podrá ver ahora en esta exposición (“Las peras del olmo”, Sila Chanto y Carolina Córdoba, Museo de Arte Costarricense, 3 de junio de 2004), que al fin se realiza, dándole el lugar que a ella le corresponde en las artes plásticas costarricenses.
Los intelectuales de la época la criticaron.
¡No entendieron nada! (se ríe) o no quisieron entender. Les cayó pésimo y lógicamente nunca tuvo ese apoyo, ni de los intelectuales, ni de la gente en el país. Porque si la elite, entre comillas, no apreciaba eso, mucho menos el común de la gente, que si no era un poco guiada por sus profesores, sus maestros, su gente más destacada, pues no podía de la nada ponerse a apoyar una cosa que tal vez, era difícil de entender. Para los que sí la entendían, resultaba dura y resultaba crítica.
¿Y qué podría decir de Emilia Prieto como escritora?
Como escritora, mamá se realizó muchísimo como ensayista. A ella le encantaba hacer ensayos. Don Joaquín García Monge, muy amigo y muy impulsador de su obra, le publicó como desde 1927 cuando mamá tenía 20 o 22 años y durante toda la vida de don Joaquín en el Repertorio (“El Repertorio Americano”, publicación de Joaquín García Monge (1881-1958), entre 1919 y 1958). Porque ya cuando don Joaquín murió, don “Joaco”, como le decíamos todos con cariño, se acabó también la revista.
Igualmente, en ese sentido, publicó un libro que se llama “Escritos y grabados”. Todavía existen muchos escritos, que no se han publicado, y una gran cantidad de cosas inéditas. Ella recolectaba chistes, camionerías, -lo que dice la gente en los camiones, que es tan divertido-, adivinanzas, recetas medicinales muy jaladas de las mechas, -pero muy simpáticas-, es decir, todo lo que eran las manifestaciones culturales de nuestra Meseta Central, que era lo que ella estudio. Le daba material y anotaba y hablaba sobre eso y lo divulgaba.
En el último libro que publicó, que es póstumo, “Mi Pueblo”, hay muchas cosas en este sentido. Es un libro muy interesante, muy digno de leerse por todos los costarricenses. Todos deberíamos de leerlo, para saber cómo era nuestro país en los tiempos en que Costa Rica era la Costa Rica sin mucha contaminación, cultural, por supuesto.
En “Mi Pueblo” podemos leer sobre su estudio de las carretas, que fue muy importante, y que ella introdujo como en el año 1932. Ella se interesó mucho en eso y estímulo a sus alumnos como profesora a que se interesaran en el tema. Además, tuvo el apoyo de Teodoro Picado en aquella época. ¿Qué me podría decir de esto?
Sí, sí, fue como descubriendo y como organizando esa expresión folclórica tan importante. Porque la gente veía las carretas pasar y exclamaban: ¡Que lindas y que bonito! ¡Y los campesinos las pintan! ¡ay, que belleza! y punto. De ahí, no se pasaba. Entonces, mamá que era profesora en la Normal de Heredia en ese momento, motivó a los alumnos para que fueran a copiar los motivos al Mercado de Heredia, donde llegaban todas las carretas. Al final de aquel año, hicieron una exposición. Teodoro Picado, que usted menciona, fue presidente después de Costa Rica, en ese tiempo era Ministro de Educación, y sí, se interesó mucho. Puso a disposición de mamá un carro y facilidades para que ella fuera a los distintos talleres de pintura, que eran talleres rústicos en el campo, para que investigará sobre eso. Ella terminó organizando una maravillosa exposición, un desfile de carretas, en San José, muy lindo, con premios y toda la cuestión, a la mejor carreta. Fue en ese momento que comenzó verdaderamente la divulgación de aquello, que ahora a todos nos parece muy natural, que es las carretas como símbolo de nuestra cultura popular. Esta manifestación cultural y su redescubrimiento tendría una especie de progenitora, que fue capaz de situarla a un nivel importante dentro del folclor costarricense.
Ella perdió su trabajo y fue perseguida en el conflicto político del 48, víctima de la Guerra Fría.
Sí, sí. Ella fue víctima, porque ella era pacifista y creía en que los pueblos, como decía ella, no tenían porqué agarrarse de las mechas, sino más bien tenían que conversar, que dialogar, que tratar de llegar a entendimientos de paz. Ella fue nombrada como presidenta del Comité de Partidarios de la Paz y viajó a varios países a Conferencias y Congresos de este tipo. Fue perseguida y encarcelada durante la post revolución costarricense, donde los ánimos políticos estaban muy exaltados, aunque eso no hizo mayor mella en ella. Ella siguió adelante, dichosamente estuvo pocos días en prisión, creo que no más de tres, pero, en todo caso, era simbólico y era interesante, porque ella nunca fue conformista, ella siempre luchó por todo, por el bienestar de las mujeres y los niños y por el bienestar, en general, de la gente menos favorecida por la fortuna.
Y para terminar, ¿compartiría alguna anécdota significativa de su madre?
Sí, claro. Fíjate, que yo estaba viviendo en México con mis hijos y mamá llego a visitarnos. Tuvimos una reunión con un grupo de amigos costarricenses. Mamá y yo empezamos a cantar para ellos. Ella tocaba piano, no tocaba guitarra, y yo medio rasgaba la guitarra. Entonces, empezamos a cantar las canciones de la Meseta Central y los muchachos se empezaron a emocionar mucho. Algunos ya tenían algunos años de estar estudiando fuera y empezaron a derramar lágrimas, así como en silencio, porque se conmovieron bastante con nuestra música popular.
En ese momento, fue cuando mamá me comentó: -Que cosa tan interesante como la música nuestra, realmente la nuestra, la auténtica, la de la Meseta Central, conmueve tanto a la gente y, en este caso, a los muchachos que estaban lejos de su patria. Yo voy a investigar más ese fenómeno-. Y a partir del 64, empezó con mucho entusiasmo y con mucha disciplina, precisamente, a recopilar estas canciones. Esa es una anécdota muy importante, porque la gente decía, pero de dónde doña Emilia Prieto, pintora, grabadora y ensayista, le dio por esta cuestión. Primero, por su experiencia de niña, que la tenía muy grabada y luego, por esta reacción de la gente lejos de su patria, que sí, denotaba que hacía una gran falta, que toda esta expresión nuestra se diera a conocer, porque como ella decía, no somos una tribu de salvajes, somos un pueblo, somos un asentamiento, no somos nómadas y tenemos que tener nuestra cultura popular.