Emilia Prieto Tugores nació el 11 de enero de 1902 en San José. Vivió su infancia en la ciudad de Heredia, con frecuentes visitas a la finca Guararí, en las faldas del Cerro Guararí. Realizó su secundaria en el Colegio Superior de Señoritas y, en 1921, obtuvo su título de maestra en la Escuela Normal de Heredia.
Fue una mujer visionaria, talentosa, amante de la cultura universal y de la cultura costarricense. Especial reconocimiento merece la investigación que llevó a cabo sobre la cultura popular y las expresiones artísticas (particularmente de la música) de los pobladores del Valle Central, constituyéndose en pionera del rescate de las tradiciones y cultura vernácula de Costa Rica.
Como artista, se dedicó con gran destreza y conocimiento al grabado en madera, y produjo obras de gran sentido crítico y polémico, algunas de las cuales no fueron comprendidas en su época, sino que tuvieron que esperar algunos años para ser justamente valoradas. De sus cuadros se pueden señalar, entre otros, “Arte por el Arte”, “Maestro y Pupitre”, “El Badulaque”, “Empleado Público”, “Parábola del privilegio”, “Casa hipotecada”, “Mujer-cuerpo” y “Explotación de la mujer por el hombre”. La mayoría de estos trabajos ilustraron sus ensayos en el Repertorio Americano entre 1930 hasta 1955, en los cuales compartió su pensamiento profundo y crítico en diversidad de temas de gran relevancia en las esferas políticas y culturales.
Como dicen las curadoras de su obra pictórica (1969-2015) y Carolina Córdoba, “su lenguaje integra, con particular síntesis formal, una inteligente y refinada actitud crítica, cargada de humor y de ironía, re-significando los lugares comunes culturales, ahí mismo, donde otros colaboran en edificar el imaginario sobre la identidad, a través de una visión complaciente de la historia”.
En 1932, cuando era profesora de dibujo y pintura en la Escuela Normal de Heredia, empezó a estudiar, con gran interés, el arte decorativo de las carretas campesinas y a llamar la atención de sus alumnos sobre el valor de esa manifestación artística. Eso la llevó a organizar, con el apoyo del Ministerio de Educación Pública, el primer desfile de carretas en nuestro país. El 15 de setiembre de 1935 cien coloridas y chirriantes carretas hicieron suyas las calles de San José, gracias al impulso de Emilia Prieto.
Fue una de las fundadoras, en 1936, al lado de grandes personalidades de la vida cultural y política, de la Liga Antifascista, una organización dedicada a luchar contra el fascismo que, con gran fuerza, se extendía por el mundo. Desde aquellos años estuvo muy cerca de las luchas y los ideales del Partido Comunista, aunque no militó oficialmente en sus filas.
En 1943, con el auspicio de la Central de Trabajadores, contribuyó a fundar, junto con otros educadores y educadoras, artistas e intelectuales, la Universidad Obrera.
Participó muy activamente en las luchas que llevaron a la aprobación de la legislación social de los cuarentas. Luego de la guerra civil del 48, como parte de la represión que se desató contra el bando perdedor en esa guerra, fue despedida de la escuela de la cual era directora y perseguida y encarcelada al ser acusada de sedición por el Tribunal de Sanciones Inmediatas.
En los años siguientes participó en la fundación del Comité Nacional de Partidarios de la Paz, del cual fue presidenta, asistió a varios congresos, en México, Suecia y Panamá, dedicados a promover la causa de la paz en el mundo y participó, como delegada de la Unión de Mujeres Costarricenses Carmen Lyra, en la Conferencia de la Paz de los Países de la Cuenca del Pacífico, efectuada en Pekín.
Formó parte de la Alianza de Mujeres Costarricenses, organización dedicada a luchar por los derechos de las mujeres, las niñas y los niños. Su infatigable actividad en pro de la justicia social y la paz era el fruto de una visión, unos valores y una conducta que siempre estuvieron iluminadas por ideas como: “sin justicia no hay verdadero derecho, no hay paz, no hay vida posible digna sobre la tierra”.
Durante muchos años se dedicó a la investigación de la cultura costarricense. Resultado de esa paciente y fructífera labor fueron sus profundos conocimientos de la música autóctona, los numerosos artículos que sobre cultura y arte popular publicó en periódicos como “Trabajo”, “Libertad” y “Nuestra Voz” y el libro “Romanzas Ticomeseteñas”, editado por el Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes en 1978. Otros de sus libros incluyen: “Escritos y Grabados”, “Mi Pueblo” y “¿Porqué Ticos?”.
Tal era su pasión por la música y la cultura de nuestra tierra que en la década de 1970 –a los casi 70 años de edad- se dedicó a interpretar muchas de las romanzas del Valle Central que ella se había dedicado a recopilar, con lo que puso de manifiesto una nueva faceta de su prolífica vocación artística. Asimismo, por medio de Radio Nacional difundió el programa “Somos como Somos”.
Su labor en el rescate de la cultura popular costarricense fue tan notable que en 1992 se le otorgó, como reconocimiento póstumo, el Premio Nacional de Cultura Popular Tradicional. La educación, la política y la cultura fueron sus verdaderos aliados para conformar la trinchera de la reflexión contra las imposiciones e intereses del momento.
La amplia y valiosa obra de Emilia Prieto en el arte, la educación, la investigación y la lucha social es genuina expresión de su talento, su sensibilidad y su profunda solidaridad humana y un testimonio elocuente de todo lo que la mujer puede aportar para hacer a nuestra patria y a nuestro mundo más justos y más solidarios.
La vida y obra de Emilia Prieto, quien falleció en 1986, es uno de los legados más importantes de la Costa Rica del siglo pasado. Por esto, a partir del año 2015 el “Premio Nacional de Cultura Popular” se ha designado como Premio Nacional de Patrimonio Cultural Inmaterial “Emilia PrietoTugores”, el cual es gestionado por el Centro de Investigación y Conservación del Patrimonio Cultural.
Su pensamiento avanzado, crítico y liberador con respecto a la condición de la mujer se pone de relieve en estas palabras contundentes y expresivas:
“…Nada puede haber más reñido con los elementos de la más simple dialéctica que esto de hacer del cuerpo un museo donde se guardan unos órganos genitales con la naftalina del honor para que no se piquen. Y de haber hecho de las normas morales cruelismos verdaderos, cuchillos de castración que toma toda una vida para cortar los ovarios”.