“Raíces de Esperanza”
Un libro de versos de Carlos Luis Sáenz
(En el Rep. Amer)

Por EMILIA PRIETO

= Colaboración. Costa Rica, enero 22 de 1941 =

En las “Vidas Paralelas” dice Plutarco: “... por lo tanto, como en una calamidad manifiesta, ponían en la nave vela negra”.
Nada puede ser tan negro como las velas negras, porque uno se las imagina siempre de una blancura que deslumbra. Magnífica calidad poética hay en el símbolo.
Pero pasando de la civilización antigua a la actualidad, tenemos este dato: 10.000 niños asesinados en España y 25.000 heridos por las bombas facciosas... Ya no debería haber en los mares de nuestra civilización una sola vela blanca. —E. P.

Carlos Luis Sáenz publicó recientemente un libro de poesías que se titula “Raíces de Esperanza”.

Se define en él, como un gran poeta revolucionario, si por ser revolucionario se sigue la definición de Ramón J. Sender, que dice que es ser fundamentalmente un hombre honrado.

El poeta se plantea de un modo inteligente, esta apocalíptica realidad histórica que le ha tocado vivir, y expresando con belleza y serenidad su convicción honesta, se convierte como todo gran artista, en un organizador de conciencias, en un propagador de inquietudes que alumbra con destello redentor de alborada, muchas cosas ocultas y perdidas en la noche de nuestra profunda y cómplice ignorancia.

“Velas negras”, grabado que acompañaba este artículo de la autora. En el sitio Pincel, se puede visualizar la fotografía de la madera que Prieto utilizó para realizar esta obra.

Por ahí le oye decir uno a los que son eruditos que a los poetas les dicen “vates” porque en latín quiere decir “adivinos” o “profetas”. Si confrontamos el sentido de esto con el que hay en el título de este libro de Carlos Luis, el llamarlo “Raíces de Esperanza”, hallamos una relación directa con algo que se proyecta hacia el futuro, que se vislumbra y se anuncia como un vaticinio.

A un porvenir venturoso se traslada el poeta por ejemplo cuando dice en “La Muerte de García Lorca” (Pág. 29).

Vendrán de Fuente Vaqueros
los niños y los ancianos,
y tendrás sobre tu piedra
los azahares valencianos.
Y te lavarán la sangre
con nieve de Guadarrama,
capitanas españolas,
madres de tu nueva patria.
Cuando vuelva el miliciano,
¡¿Oh, Granada redimida!,
su bandera enternecida
plegará con suave mano
bajo tu hermosa cabeza de gitano!

Siendo bien considerado este libro, un verdadero acierto de publicidad, un dar a conocer en letra impresa lo mejor y más noble que se lleva en el alma, hasta parodias de canciones populares que se pueden cantar con otra letra de intención constructivamente burlona y zahiriente, quisiera hacer especial referencia a un poema “Sangre de niño español”, que se halla en la página 18 de este libro de versos.

Sangre de niño español es una poesía escrita con una extraordinaria inteligencia y para un público inteligente.

Después de leerlo varias veces, comencé a recordar con insistencia, aquel cuento de Edgar Poe que se llama “La Máscara de la Muerte Roja”. En la forma bellísima de ambas cosas creía bañar una gran semejanza. Pero aún la hay más en el sentido, en el fondo. Y he llegado hasta a vislumbrar el hondo contenido social que Poe plantea genialmente en “La Máscara de la Muerte Roja”.

¿No es el Príncipe Próspero el hombre-símbolo de esos que creen que pueden aislarse egoístamente del dolor y la devastación que azota a sus semejantes? ¿De los que creen ingenuamente que pueden constituir en este mundo de crueles realidades un olimpo intocable? Luego de guarecerse en el castillo almenado su feroz individualismo, el protagonista del cuento se desentiende de todo.

El y su clan están a salvo, según es el criterio insensato.

“El mundo del exterior se cuidará a sí propio, Mientras tanto era un crimen apesadumbrarse o pensar, El príncipe había llevado todos los accesorios del placer. Había bufones, había improvisadores, había bailarines, había músicos, había belleza, había vino. Todo esto y la seguridad, adentro. Afuera la Muerte Roja.”

Mientras trascribo esto, pasan por mi memoria montones de personas que uno conoce que viven —ultrapasado el símbolo— en esa misma actitud. Egocentristas. La seguridad para si propios y su círculo. Para los demás, la miseria, el horror y la muerte.

¿Pero qué ocurre con los tales Prósperos? —Que así, furtivamente, sin drama, ni retórica —en un mundo de ensueños y de cosas fantásticas como en el que se mueven las figuras de Poe, el mal, o la epidemia o la miseria, los alcanza por fin en la propia torre de marfil o en el cuarto de terciopelo, donde creyeron guarecerse.

En “Sangre de niño español” está planteada la misma tesis. Cuando son los momentos en que de las ramas escuálidas de esta “civilización” brota esa flor negra y pestífera que es le asesinato de niños indefensos, viene a ser un cómplice del crimen quien no se formule ante su conciencia la espantosa verdad de que esta tal “civilización” está viciada en lo más profundo de su base. Tiene que haber sembrado huracanes para recoger las tempestades que está recogiendo. O está cimentada en falacias y se sustenta de contradicciones que para resolverse asumen las proporciones de lo ciegamente catastrófico. Y sus turiferarios predican el horror al pensamiento vivo, a la sinceridad potente, a la mente activa y creadora, porque viven de muerte. Los inspira el espíritu de Herodes y se nutren de sangre inocente, de sangre de niños.

(Pág. 18. Es un pequeño pozo etc., etc.) dice el poeta...

Es un pequeño pozo,
paralizante de horror, en que los picos
y las garras se mojan;
esa sangre borbota en las palabras
blancas de los mensajes diplomáticos;
brilla en las corbatas de los ministros;
rojea en las púrpuras olorosas a incienso;
sube en las oraciones de los altares
como un velo de tragedia;
canta, ciega, en los cantares
y en las rondas de los niños del mundo;
como una sonámbula fantasma,
tiñe las mesas y los escritorios
de los estadistas; baja en las horas profundas de la noche,
de las estrellas claras;
grita en las hélices de los aeroplanos;
mancha los cascos de los buques de guerra;
salta como un pececito de maldiciones
en las risas de todos los generales traidores;
nubla las deletéreas bellezas
de los poetas fascistas;
humedece la tela de las banderas prevaricadoras
¡y no hay sol que la seque, nunca, nunca, nunca!

Y entonces se imagina uno de un modo vivido las corbatas y los guantes y las tiaras y las togas y todo el maldito indumento de los fariseos manchado con sangre que ya no podrá limpiarse sino por un acto místico de pensamiento y de estudio y de revolucionaria protesta, como las tétricas vestiduras de aquel horrible fantasma que se movía siniestramente con paso solemne y prosopopéyico, como se mueven todas estas vacuas figuras de da diplomacia y del privilegio, sin que debajo de esos tapujos pueda uno hallar, al asirlas, ninguna forma tangible.