Por EMILIA PRIETO
= Lealtad. Costa Rica y octubre de 1937 =
La cuestión de cómo esta serie de fenómenos sociales que constituyen el fascismo y cuyos caracteres inconfundibles son siempre regresión, incultura y barbarie, deban ser comprendidos y rechazados por la mujer consciente, es un tema complejo que podría desarrollarse dentro de una gran amplitud, aprovechando múltiples experiencias o citando muchos tratados de carácter social e histórico que han venido acumulándose en torno de estas cosas.
Pero considerándome incapaz de intentar tal empresa, buscaré llegar al planteamiento del asunto, echando mano a ese recurso que en último término suele poner el pueblo en juego ante situaciones difíciles: el sentido común. Más de una vez ha quedado demostrado que ajustándose a esos dictados prácticos o elementales de las diarias experiencias objetivas, ordenando los factores de acuerdo con la intuición y el leal sentir, la conciencia y la acción logran soluciones acertadas y definitivas.
Si concretamos, hay dos estados en que pueden hallarse las cosas: el normal y el anormal. El primero responde a un sentido de armonía que buscamos natural e instintivamente en las cosas mismas y hacia el que nos guía una necesidad inmediata del entendimiento y un deseo espontáneo del corazón. Lo segundo es, por el contrario, absurdo, anarquía, grotesca deformidad.
Cada uno de nosotros tiene la capacidad innata de reconocer tales situaciones sin necesidad de que nos las expliquen mucho. Al ver una planta raquítica, que no se desarrolla y cuyas hojas van poniéndose amarillas y secas, suponemos que algo anda mal con relación a dicha planta y tratamos de poner interés en remediar la deficiencia.
Asimismo, el Estado o la sociedad, es un organismo vivo que obedece en su crecimiento y desarrollo a las mismas leyes que rigen la biología.
Y resulta fácil con este criterio, sin necesidad de que nos lo expliquen mucho, saber cuando una sociedad está raquítica y no puede crecer ni desarrollarse ni alcanzar el auge y la vitalidad del organismo y normal. Está exhausta, no puede esperarse de ella un fruto de cultura. Producirá únicamente abrojos y barbarie.
En su último discurso de Chicago dijo el Presidente Roosevelt:
“Exhorto a las naciones a unirse contra la amenaza que pesa sobre el mundo y que ha destruido las esperanzas de la humanidad de continuar en la era del Derecho en las relaciones internacionales. La moralidad nacional es tan vital como la moralidad privada.”
Tal negación del derecho a que se refiere Roosevelt ante la amenaza nazi es: horda. Y cuando esta supervive representa un mal histórico, cuya denominación moderna en toda su crudeza es fascismo.
Puestos ya en el examen de una condición social dada, ningún elemento de juicio nos parece tan sintomático del caos como la situación desesperante de la mujer y el niño. El Estado en que tal horror se produce, no tiene cultura ni gobierno, ni civilización ni tales estadistas flamantes en último análisis, por más que se haya encasquetado, para impresionar la fachada burocrática de los tres poderes y se ufane con jactancia oficial de sus sabios, maestros, técnicos, pensadores y artistas que ornamentan —como rígidas cariátides— tal fachada barroca.
Cuántas veces, viendo a esas pobres mujeres que en los alrededores del mercado pregonan periódicos bajo estos torrenciales aguaceros de octubre, un niño enteco en los brazos que llora -pidiéndoles el milagro de un último esfuerzo a sus débiles pulmoncitos— hemos caído por natural reacción en todo este inevitable razonamiento:
si una planta que enferma
si una máquina que se descompone
si un instrumento desafinado,
tienen remedio
por qué no ha de tenerlo la miseria,
esa enfermedad,
esa descomposición,
esa trágica alteración de ese organismo o aparato que se llama
[Estado?
Es en la estructuración económica donde andan las fallas. Pero no ha venir el fascismo a corregirlas sino a empeorarlas. Al fascismo le hacen óptima propaganda esas voces del averno que pontifican afirmando:
El remedio no se hallará nunca.
El mundo no tiene composición.
Todo será siempre lo mismo.
Otros hablarán de la conformidad y del espíritu. Pero la inconformidad y la protesta serán fecundadas en reivindicaciones.
Y a quien más le corresponde protestar y rebelarse es a la mujer, víctima eterna de todos los sistemas opresivos, medievales y oscurantistas, para perpetuar los cuales y hacerlos peores únicamente se organiza el fascismo.
En esta babilónica confusión solo podrán hacernos ver claro, nuestro sano sentido común y el alto anhelo de justicia y dignidad humana que ha de llevar consigo toda mujer consciente.